El Oprobio Nacionalista

 «Piratita le pide a Papá Noel que cure el cáncer de su padre»

Así titulaba el pasquín infame Crónica (Buenos Aires, Argentina) la noticia acerca de un niño inglés que le envió una carta a Santa Claus pidiendo por la salud de su padre, quien sufre de cáncer. Por supuesto que “piratita” es un término despectivo que estos energúmenos utilizan para referirse a todo aquél a quien le haya tocado en suerte nacer en ese pedazo de planeta al que arbitrariamente se denomina “Inglaterra”, haciendo colectivamente responsables a todos los habitantes de dicho territorio de los desmanes cometidos desde hace siglos por los sátrapas que detentaron el poder político de turno. Para estas mentes retorcidas esta criatura es responsable de la muerte de soldados argentinos en el Conflicto del Atlántico Sur por más que haya nacido 20 años después de la finalización de esa guerra.
 
Inicié este artículo con esta reseña de la cada vez más podrida “prensa” argentina porque leer esa nota despertó en mí la necesidad de denunciar una vez más el nefasto flagelo que supone el nacionalismo, ideología hija de uno de los más primitivos atavismos tribales, una reminiscencia nefasta a nuestro pasado como simios territoriales, un escándalo a estas alturas de la civilización que sólo pervive porque es fogoneada desde los diversos grupos de poder para mantener sus privilegios.
La nacionalidad se inculca a los niños desde la más tierna infancia, se contamina a mentes inocentes con la horrorosa idea de que uno, por el sólo hecho de haber nacido en determinado territorio, es mejor que quien nació fuera de esas fronteras imaginarias, que el “propio país” por algún designio mágico es mejor que los demás; al mismo tiempo se inculca una liturgia cuasi religiosa de adoración a los llamados “símbolos patrios” que son “sagrados” y a los cuales se les debe lealtad y obediencia.
 
El nacionalismo crea así una falsa cohesión entre millones de individuos cuya única cosa en común es haber nacido entre determinadas fronteras, la llamada “identidad nacional”: una suerte de amistad forzada entre individuos que probablemente no tengan nada en común (esto se hace patente en países de territorio extenso), como ejemplo cercano se puede reseñar que un argentino nacido en Formosa tiene más cosas en común con un paraguayo que con un porteño; sin embargo le “debe” solidaridad y camaradería a este último.
Por otro lado el nacionalismo también inculca odio hacia el extranjero, recelos, envidias; se dedica sistemáticamente a colectivizar a todos los habitantes de un país y a juzgarlos como si se tratara de un individuo: “los ingleses son piratas”, “los chilenos nos quieren ‘robar’ la Patagonia” se escucha en las aulas, generando odios que se transmiten de generación en generación.
 
Este odio inculcado por el nacionalismo es la causa principal de las más sangrientas guerras y genocidios de la historia, donde se ha llegado al exterminio de millones de personas por “pertenecer” a una nación “enemiga” o “inferior”. Esto además sirve a las castas parasitarias autodenominadas “gobiernos” para mantener a su población cohesionada y encolumnada detrás del sátrapa de turno y también para justificar la represión a grupos opositores internos tildándolos de “traidores a la patria”. Es bastante frecuente ver que gobiernos débiles e impopulares recurran al conflicto externo para reafirmarse en el poder, el caso de la aventura militar de la debilitada dictadura  argentina en 1982 es un ejemplo patente.
 
Otra faceta del nacionalismo se traslada al ámbito deportivo. Los juegos olímpicos y mundiales de diferentes deportes cumplen la función de circo romano, exaltando las pasiones nacionalistas y distrayendo a la población de otros problemas que potencialmente podrían ser perjudiciales para los gobiernos. Es muy común ver que los políticos hacen propios los triunfos deportivos y rápidamente los transforman en “epopeyas nacionales”.
 
Pero el principal motivo que tienen los gobiernos para fogonear el nacionalismo es meramente económico. El nacionalismo es una de las principales justificaciones para la existencia del estado, el cual como ya sabemos se mantiene a través del robo compulsivo a los ciudadanos por medio de los impuestos. La propaganda y el adoctrinamiento en las escuelas reputan como “acto patriótico” el pago de los mismos y  como una suerte de “traición” a la evasión fiscal. El nacionalismo también justifica las barreras aduaneras que en el mejor de los casos gravan el intercambio comercial entre individuos y empresas de distintos países, y en el peor directamente lo prohíben con la excusa de beneficiar a la llamada “industria nacional”, que no es otra cosa que un consorcio de lobbies prebendarios cómplices y financistas del poder político.
 
En resumen, las mafias que detentan el poder en los distintos territorios delimitados por fronteras imaginarias impuestas por ellas, se valen del nacionalismo para mantenerse en el poder como casta parasitaria y para mantener a la población cohesionada detrás de su proyecto político y abstraída de los verdaderos problemas que la aquejan.
 
Es un desafío para nosotros los liberales lograr la desaparición del mito nacionalista, este grillete mental impuesto por los gobiernos para mantenerse en el poder. El fin del nacionalismo supondrá la caída de uno de los pilares fundamentales sobre los cuales se basa la existencia del estado, el peor enemigo de la libertad.
 

 

Por Martín Benegas Ortega

Un comentario

  1. Tengo que reconocer que me ha fascinado leer este artículo, siempre he tenido sospechas del nacionalismo como arma religiosa de la tiranía, sobre todo cuando has sido educado toda la vida por el mayor tirano por excelencia: el estado. Un saludo desde Perú.

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