Impuesto ¿al lujo?
En el año 1999 dentro del marco de la ley N° 25.239 se aplicó por primera vez en argentina, un impuesto que recaía para embarcaciones, automóviles, aeronaves, motocicletas, etc. Que pasaran de un monto mayor a 170000 pesos, Hasta 210000, que en esa época equivalían a la misma cantidad en dólares. La tasa que debían pagar era de 30% y más de 50% si pasaban el valor superior. Dicha medida no fue de importancia para el grueso de la población ya que solo una pequeña parte podía permitirse dichos gustos.
En el año 2008, la presidente cristina Fernández de Kirchner, reinstalo este impuesto, aplicando una tasa del 11% a aquellos automóviles de 61000 dólares o más.
En pleno año 2020, durante la crisis provocada por el confinamiento, al presidente Alberto Fernández, cuya salud mental demuestra no estar en sus mejores momentos, se le dio por actualizar la carga impositiva a una tasa del 20% para aquellos vehículos que sobrepasen un precio de 25000 dólares La segunda tasa es a partir de los 35000, que abonaran un 35%.
Si a todo esto le sumamos otros impuestos como IVA, impuesto a las patentes, seguro y demás gastos de la concesionaria, como alquileres, sueldos, servicios, impuestos y demás, esta no tan solo castigara a la gama alta, sino a la media o incluso a la baja. A los autos que vemos todos los días por la calle, ya ni siquiera califica como impuesto al lujo, es un absurdo inconcebible. Por más catastrofista que suene, Si seguimos por este camino marcado por la eterna ley de Murphy donde siempre se puede estar peor, no suena muy loco predecir que en unos años comprar una bicicleta será un pecado de la avariciosa oligarquía para nuestros señores gobernantes.
Un poco de Historia
En Estados Unidos. En los años 90, se aprobó un impuesto especial del 10% aplicado a la compra de yates por más de $100.000 dólares.
Aquel gravamen también pretendía castigar la compra de autos, joyas y aviones privados… El legislador demócrata Ted Kennedy impulsó esta propuesta fiscal, pero la subida tributaria duró poco. Solamente en la industria de los yates, se dieron desplomes de ventas de hasta el 77%.
El New York Times explicó que el empleo en el sector de los yates y las embarcaciones de lujo cayó de 600.000 a 400.000 personas después de la introducción de este tributo. Los precios de los barcos se resintieron notablemente (una deflación de hasta el 50%) y las empresas que siguieron en pie se salvaron principalmente por las exportaciones.
Por suerte, el esfuerzo llegó a buen puerto y el gravamen acabó siendo retirado. Mientras se aplicó, recaudó cientos de millones por debajo de lo esperado y generó una intensa destrucción de empleo.
Italia ha vivido una experiencia similar más recientemente. Durante una de sus crisis se aprobó un impuesto a los yates que imponía una tasa por cada año de utilización. Este tributo podía ser de 800 euros para embarcaciones pequeñas, pero llegaba a 4.400 euros en el caso de barcos de entre 20 y 24 metros de eslora. Peor aún era la situación de los grandes yates: desde los 64 metros de largo, el pago al fisco era de 25.000 euros.
Según explicó Roberto Fusco en The Economist, «los propietarios del 20% de los barcos eligieron no renovar sus permisos para así evitar este tributo. Las ventas de combustible en los puertos registraron caídas de hasta el 40%. En playas cercanas a Roma detectamos caídas de negocio cercanas al 50%».
¿Pero, por que se dieron estos resultados?
Para comprenderlo debemos adentrarnos en nuestra filosofía, me tomare el atrevimiento de utilizar uno de los consejos más claros para entender la economía política, que aprendí de uno de los más grandes liberales de la historia, me refiero al padre de la escuela francesa de economía, Claude Frederic Bastiat, en su obra maestra “lo que se ve, y lo que no se ve”.
Todo buen estudioso de la economía debe juzgar “lo que se ve y lo que no se ve”.
En este caso. Si solo miramos “lo que se ve” tomaremos una conclusión demasiado apresurada, “ ¿Qué importa si le cobran más impuestos a los ricos, si al fin y al cabo les sobra dinero, y este se utilizara para financiar bienes públicos, como la salud, educación, seguridad, etc.”.
Ahora pensemos juntos que es lo que no se ve:
- ¿Qué definimos, como lujo? Una botella de vino de $10000 pesos podría tranquilamente considerarse un bien lujoso, pero no necesariamente solo puede ser comprado por personas de clase alta, ya que, mucha gente con sueldos muy módicos pueden ahorrar durante un tiempo para darse el gusto.
- ¿A quiénes castiga verdaderamente este impuesto? Si bien es una obviedad, me veo obligado a repasar el concepto de oferta, si una empresa que vende un bien, se la carga con más impuestos, esto representara más gastos, por ende aumentara el precio de su producto o servicio, ergo menor será la demanda. Quien solo mire lo superficial me dirá, “¿pero qué problema hay si alguien no puede comprarse un yate o un Ferrari? Tampoco es de vida o muerte”.
Lo que no se ve, son todos los integrantes de la industria que salen perdiendo, ensambladores, ingenieros, arquitectos, gerentes, personal de limpieza, pintores, electricistas. Pero no tan solo eso, también consideremos que la familia de estos empleados tendrá menos dinero para gastar, en alimentos, electrodomésticos, ropa, combustible, servicios, entre muchos otros, que si me pongo a enumerar esta columna no terminaría nunca.
Con esta medida salen pierden la gran mayoría de los que conformamos pastel (termino que utilizan los economistas para referirse al total de las actividades económicas de un país).
Pero ahora nos tenemos que preguntar ¿Quién sale ganando? ante esta abrupta suma de impuestos, se mantienen en el mercado aquellas empresas que ya están asentadas, lo cual les conviene, porque se quedan sin competencia, de ahí la explicación a que los millonarios que son puestos como ejemplo de “la meritocracia capitalista” como es el caso de Bill Gates, George soros, Jeff bezos, entre otros, aboguen por la suba de impuestos para, según ellos “ayudar a los pobres”.
Esta medida que se publicita con la marcha que profesa “combatiendo al capital” logra exactamente lo contrario, concentra el capital en un grupo de millonarios incompetentes, que no se atreven a someterse al libre mercado.
Para concluir, como anarquistas liberales que somos, predicamos la desobediencia civil, aportando a acrecentar el mercado en negro, o el gris, ya que es la única forma de escapar el expolio del estado, Que, como lo definía Bastiat, haciendo uso de su riqueza cuasi poética, no es más que aquella ficción en la que todos quieren vivir a expensas del prójimo.